viernes, enero 13, 2017

MIGRAR EN ORDEN Y VIVIR EN PAZ

Cuba y Estados Unidos anunciaron ayer un acuerdo para mejorar las relaciones migratorias entre los dos países, animados ambos por el interés de seguridad nacional, el bien común de las personas y las relaciones pacíficas, de respeto y colaboración entre estados vecinos: Estados Unidos puso fin a la política de "Pies Secos-Pies Mojados" que estimulaba la emigración ilegal, desordenada e insegura de cubanos y el parole que estimulaba la deserción de médicos cubanos  el robo de cerebros; Cuba acogerá a los excluibles de la oleada migratoria de los años ochentas y a otros cubanos que son objeto de deportación por violar las leyes estadounidenses. La reacción de otros gobiernos y de millones de personas habría sido de satisfacción, porque el acuerdo es justo.
En los grupos de cubanos varados en distintos lugares del mundo hay desconcierto. Son víctimas de una política, de la propaganda, de los espejismos, de las películas sobre el American Way of Life. Son personas también con aspiraciones diferentes a la mayoría de los cubanos, con un horizonte de bienestar distinto. Son inadaptados de una sociedad tercermundista que a pesar de todos los esfuerzos por lograr justicia y prosperidad para todos, no lo ha logrado por la pesada herencia del capitalismo subdesarrollado que vivió, por la prolongada guerra económica, comercial y financiera a que ha sido sometida y por los errores propios cometidos en una ruta de aprendizaje, resistencia y defensa. Son finalmente, los familiares de los que se fueron antes. Y son también los detritos sociales, que creen posible vivir del cuento -o del delito- y no del trabajo.
En América Latina y el Caribe, donde las redes de tráfico y trata de personas pulularon, creando graves problemas de orden interior y seguridad nacional a numerosos países, hay alivio. Ya el año pasado, ocho cancilleres reclamaron al gobierno de Washington poner fin a sus excluyentes prácticas migratorias anticubanas. Las reuniones iberoamericanas, las foros centroamericanos y la Cumbre de CELAC se pronunciaron sin dudarlo en contra de las políticas estadounidenses que favorecían indebida y politizadamente a los migrantes cubanos, mientras que discriminaban a los de otras naciones, generando innecesarios sentimientos de rechazo a cualquiera de nuestros connacionales
Solo en Miami el odio se revuelca. Allí, entre los compungidos defensores de los derechos humanos, muchos enriquecieron con el cabildeo de estas políticas discriminatorias e injustas que hoy hallaron fin. Muchos han vivido del negocio de la migración salvaje. Muchos han engrosado sus cuentas bancarias vociferando ante micrófonos y cámaras para que "cubanos desesperados" se lancen a un mar poblado de tiburones, atraviesen desiertos y selvas, roben, secuestren, delincan, asesinen incluso, con tal de mostrar ante los ojos del mundo que la revolución cubana no ha valido la pena, que la gente huye y que hay que destruirla. Obama ha detenido el flujo de caja. Trump, que ha adelantado credenciales antiinmigrantes, tendrá que pronunciarse en el futuro.
Algún día, insisto, en el malecón habanero, junto a los cañones del acorazado Maine, que nos recuerdan la ocupación de este país por Estados Unidos, habrá que colocar una tarja que recuerde a las numerosas víctimas de la política migratoria yanqui contra Cuba. Antes, el Congreso norteamericano deberá hacer lo suyo y derogar la Ley de Ajuste Cubano de 1966, que fue el punto de partida de toda esta locura. Lo demás son justificaciones revanchistas y odio.

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