domingo, mayo 20, 2018

EL 20 DE MAYO: MÁS QUE FECHA INCIERTA


Pocas fechas generan tanta polémica en la historia nacional que aquella en que oficialmente, se puso fin a la primera intervención militar de Estados Unidos en Cuba y se proclamó el nacimiento de una república con un Presidente designado por Washington y una Constitución enmendada por el senador yanqui Orville Platt.
Para algunos, esa es nuestra “segunda república”. La “primera” es la que nace en armas en la Asamblea que sesionó entre el 10 y el 14 de abril de 1969 en Guáimaro, donde los padres fundadores de la Patria cubana revolucionaron toda la experiencia independentista, civil y constitucional previa, guiados por la senda de Demajagua, donde Céspedes, junto con el grito de rebelión, había renunciado a su condición de amo, concediendo la libertad a sus esclavos.
La sede de esa república no eran los palacios. Sus burócratas no acampaban en oficinas, sino en los campos de Cuba. Las leyes y acuerdos se hicieron al tiempo que se derramaba la sangre por la libertad y la independencia del nuevo pueblo que había alcanzado razón de sí. La ahogó la gran disputa entre defensores del mando militar y del mando civil de la contienda, junto con las comprensibles claudicaciones y reformismos de quienes no estaban aún a la altura de su tiempo, ¿o sí?, y los otros, los que persistieron, empobrecieron y murieron combatiendo, fueron los adelantados.
Esa República latió los treinta años que duró aquella guerra, con su Presidente a caballo, sus actas, leyes y constituciones, su bandera, escudo e himno. ¡Los mismos de hoy! Su servicio exterior era emblema y semilla de la política exterior realmente independiente y soberana que solo eclosionaría después del 1 de enero de 1959. Sus órganos de justicia, una aproximación genuina al deber, a la prudencia, al orden, al equilibrio y a la defensa de la dignidad humanas, aún en condiciones de guerra. Nunca la hemos estudiado y conocido suficiente.
Acaso hablamos más de la llamada seudorepública. Quizás por que nos la humillaron hasta lo indecible. Quizás porque se combatió duró para mejorarla. Quizás por todo lo falso que habitaba dentro de ella. Pudo ser una etapa dolorosa de nuestra historia, pero a pesar de sus sombras, de su enmienda Platt, de las intervenciones estadounidenses, de la basa naval de Guantánamo y de los desmadres y golpes palaciegos, fue la que nos salvó de ser colonia, como le tocó en destino a la hermana Puerto Rico.
Esa república, con todas sus insatisfacciones, era el orgullo de los que se enfrentaron a tiros contra España y diplomáticamente contra Estados Unidos. Y por esa república, por su adecentamiento, decoro y dignidad, se batieron en los espacios políticos, en las calles y campos de Cuba, y hasta en foros internacionales miles de compatriotas. Gracias a esos esfuerzos se heredó una tradición constituyente, legislativa, política y administrativa en la que aún hallamos grandes virtudes, al lado de aleccionadores descalabros.
Sin esa república neocolonial, como también la hemos llamado, no habríamos podido crecer política, económica y socialmente a los niveles en que la revolución triunfante en enero de 1959 nos condujo y elevó. De la institucionalidad derrocada por un golpe brutal y rescatada por el pueblo, nació la nueva –y ya dirán que voy por la “tercera república”, nutrida de las mejores tradiciones de treinta años del siglo XIX y de casi sesenta que transcurrieron en el XX, más todo el acervo universal que llegó a esta Isla-cruce de caminos entre los mundos.
El 20 de mayo fue una fecha importante como momento de la historia. Pero es también el día en que se consuma la triple traición de Tomás Estrada Palma: a José Martí, al Partido Revolucionario Cubano y al Ejército Libertador, que es decir, al pueblo de Cuba. Por eso no hay que negar la fecha, sino recordarla, estudiarla, por todo lo que significó, pero no celebrarla.
Lo contrario nos conduciría a olvidarnos de la decencia, el patriotismo y los servicios prestados a la Nación y al pueblo por cubanos republicanos como Gonzalo de Quesada, Jesús Menéndez, Eduardo Chibás y muchos otros; incluso aquellos que como Ramón Grau San Martín, sucumbieron políticamente, presas de debilidades, pero que nunca traicionaron a Cuba. Así es la historia: luces y sombras, y cargamos con ellas por todas nuestras vidas.
Algo sí cabría conmemorar siempre –y pronto se cumplirán 150 años. Es el 10 de abril, en evocación a las jornadas gloriosas de Guáimaro. José Martí, que en cuestiones de justeza histórica y de juicio político nos aventajó a todos, solía llamar a esa fecha “el Día de la Patria”. Su narración de la jornada, aprendida de sus protagonistas, es gloriosa, y debería ser texto obligado de lectura en nuestras escuelas. Fue la fecha también escogida por él para fundar el Partido Revolucionario Cubano, el único, el de los unidos.
Martí veía en Guáimaro, como en Yara, el punto de partida de todos los caminos. No fue en balde que su discípulo más preclaro, Fidel Castro, fijara en los campanazos de aquel ingenio sublevado el clarín de la revolución cuya última etapa él había liderado en el Moncada, el exilio y la Sierra Maestra, para dar continuidad republicana a aquellos caminos redentores con nuevos aprestos emancipadores.
Del mismo modo, para quienes en aquellos años iniciáticos se empeñaban en reescribir la historia, Fidel habría dicho otra gran verdad dialéctica: ellos hoy habrían sido como nosotros, nosotros ayer habríamos sido como ellos. Todo a su tiempo, todos en su tiempo. Solo los iluminados como Martí y como él podrían tener el privilegio de ser hombres de todos los tiempos.
Espoleado por la discusión que suscitó una reciente crónica publicada en Cubadebate, pensé en todo esto que rodea al 20 de mayo durante una reciente visita al Capitolio. Ese edificio-símbolo, que no se erigió en los años de la república en armas ni en los de la república popular, sino en la de 20 de mayo, palpita toda la historia. Cuando uno penetra a la cripta del Mambí desconocido percibe que esas cenizas hicieron a este país desde los cimientos. Y luego, al andar por escalinatas y salones que tanta agitación vivieron y volverán a vivir, al recuento de la epopeya, del crecimiento humano y de los errores que no se habrán de repetir, comprende que Cuba es mucho más que una fecha incierta.

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